Un científico, un filósofo y un teólogo entran a un bar. Pronto, con ayuda de un poco de lubricante social, comienzan a discutir sobre la vida, el Universo y todo lo demás. “La filosofía,” dijo el filósofo, “es como estar buscando a un gato negro en una habitación oscura.” “Estoy de acuerdo,” respondió el científico, “y hacer ciencia es como intentar buscar el interruptor para encender la luz y poder ver mejor. Si hay un gato, la luz revelará su existencia.” “No,” dijo el teólogo con un poco de ironía en su tono, “un filósofo y un científico son como un par de ciegos en una habitación oscura, que buscan a un gato que no existe.” “Es posible,” contestó el filósofo, “y si fuéramos teólogos, ¡encontraríamos al gato!”
El tercer episodio de Cosmos me recordó un poco a esta ingeniosa historia, atribuida al escritor Aldous Huxley. Como ejemplificó Neil deGrasse Tyson al inicio del programa, la humanidad es como un niño recién nacido e indefenso que fue puesto bajo las estrellas de la noche sin pedirlo a nadie y sin la más mínima idea de dónde está y que está haciendo allí. Es una condición sumamente incierta, incómoda y un poco atemorizante que nos impulsa a buscar certeza y comodidad.
En esa búsqueda hemos tomado diferentes caminos y en un hermoso poema a la empresa científica, Neil deGrasse Tyson nos mostró cómo la ciencia con todas sus virtudes y sus defectos es la mejor opción que tenemos para salir de la infancia y comenzar a conquistar nuestros temores. No existe tal cosa como “revelación,” del tipo humano o divino; no hay un libro mágico con todas las respuestas ni un plan guiado por una inteligencia cósmica al que podemos tener acceso con tan sólo dirigir las plegarias correctas en la dirección correcta. La ciencia, lejos de la percepción que domina en el imaginario público, no es sólo un conjunto de cifras, datos y fórmulas; también sirve para inspirar asombro y humildad, y como un detector de bullshit que nos advierte y nos protege de la superstición, la ignorancia y el miedo. Bien podría decirse que la historia de la ciencia, en muchos sentidos, es la historia de la humanidad conociendo sus orígenes y conquistando sus temores.
Esta historia inicia muy temprano. Antes de que tuviéramos la tecnología que hoy nos permite indagar en las más profundas leyes naturales, nuestras vidas giraban en torno a los cielos. Ver hacia arriba y aprender a encontrar patrones en el movimiento de estrellas y planetas sirvió como una especie de calendario primitivo. Para saber cuándo era la mejor época para sembrar y para cosechar veíamos hacia el cielo, y el cielo nos daba las respuestas. Todo funcionaba perfectamente, como si alguien lo hubiera puesto allí para que lo encontráramos y lo usáramos para nuestro beneficio.
Nuestra mente había sido esculpida por mutaciones aleatorias y selección natural para encontrar patrones y agentes en la naturaleza, aunque éstos no existan. Estando sólo por la noche en la sabana africana, confundir a un león con un matorral puede ser un error muy costoso. Bueno para el león, pero no muy bueno para mí. Un error en dirección contraria, sin embargo, no suele terminar en tragedia. Si creo que el matorral que misteriosamente se mueve y proyecta una intimidante sombra en el horizonte es un león, lo peor que me puede pasar es tener que cambiarme de ropa.
Pronto, este sistema de identificación de patrones y agentes en la naturaleza comenzó a operar en otro sentido. En el cielo no sólo había portentos de salud, abundancia y bienestar; también los había de enfermedad, escasez y muerte. Uno de estos mensajeros del mal, para muchísimas culturas, era una extraña y grande luz en el cielo diferente a las demás, pues aparentaba tener una cola: un cometa. Nuestros antepasados alrededor del globo tenían elaborados sistemas en los que los clasificaban de acuerdo al tipo de desastre que cada forma y tamaño profetizaban. La palabra ‘desastre,’ incluso, viene de la palabra que los antiguos griegos utilizaban para ‘mala estrella.’
Luego de varios milenios de esto, llegamos a la Inglaterra del siglo XVII, en donde Tyson nos cuenta la historia de la relación entre Isaac Newton, Edmund Halley y Robert Hooke. Una historia magníficamente presentada en forma animada y que me recordó a unos de mis pasajes favoritos del Cosmos original; aquellos en los que Carl Sagan desempolvaba una relato poco conocido de la historia de la ciencia y revivía a un personaje importante pero pocas veces reconocido.
Newton, Halley y Hooke funcionan como un ejemplo de esos que seguramente abundan en la historia de la ciencia. Al verlo recordé la historia de la publicación del Origen de las especies. Al igual que sucedió con Charles Darwin y Thomas Henry Huxley a mediados del siglo XIX, Newton tenía resuelto un problema importante pero lo tenía muy bien guardado. Darwin contaba con un trabajo extenso y magníficamente documentado sobre la evolución por selección natural pero se rehusaba a publicarlo por temor a tener problemas con el statu quo de la época y—sobre todo—con su amada y muy religiosa esposa Emma. Newton, por su lado, había tenido una mala experiencia con Robert Hooke; un genio científico pero de dudosas prácticas que quiso apropiarse de sus hallazgos sobre las leyes de la óptica.
A Darwin, lo convenció Huxley; a Newton lo convenció Halley. El resto es historia. El origen de las especies—una explicación natural del origen de la diversidad de la vida en la Tierra—y Principia Mathematica—una explicación natural de los movimientos de los cuerpos celestes—abrieron dos campos que se pensaba no podían tener otra explicación más que la intervención de una entidad divina.
Otra historia recurrente en las ciencias es la del trabajo colectivo. Como lo expresa Stephen Hawking, nos paramos sobre los hombros de gigantes para ver más allá y construir sobre lo que han hecho. Así, Halley se paró en los hombros de Newton y demostró que no hay por qué temerle a los cometas. No son mensajeros de miseria, son enormes bolas de hielo que nos visitan con regularidad matemática desde los confines del sistema solar y un ejemplo de tantos de cuando el conocimiento conquista nuestros temores.
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P.D. Un grupo de amigos estamos formando una Asociación Guatemalteca de Humanistas Seculares. Ya estamos en las etapas finales y pronto tendremos más noticias. Uno de nuestros proyectos es un podcast quincenal de divulgación y discusión científica—en el sentido amplio de la palabra, del latín scientia—con Carlos Mendoza, Beatriz Cosenza, Enrique Pazos y yo. El primer episodio ya está disponible para descargarse y pronto estará en la tienda de iTunes. Espero que lo disfruten.
Andres
Hola Oscar
También he tenido oportunidad de ver el original Cosmos de Carl Sagan, me alegra y emociona la nueva versión que presenta Neil deGrasse Tyson, aunque no creo posible hacer una comparación entre las dos versiones ya que ambas me parecen igualmente excelentes y de un gran valor educativo.
Por aquí en mi querida Guate se vuelve difícil (si no imposible) poder compartir esta alegría por la ciencia y el conocimiento, muchas personas prefieren ignorar que existe esta información y mas aun aceptar que es real.
Gracias por seguir compartiendo, ya baje el primer episodio trece punto trece y me parece fenomenal.
Saludos
Oscar G. Pineda
Hola, Andrés, muchas gracias por leer, escuchar y comentar. Tienes razón en lo de la comparación; en realidad son dos programas de muy buena calidad y producto de épocas diferentes. Compararlos a ambos puede resultar un poco injusto, aunque si hay algo que encuentro que es muy similar en ambos es el espíritu en el que están escritos y presentados. Ambos presentan una visión filosófica de la ciencia que va más allá de lo que otros documentales científicos generalmente hacen.
Una nota de optimismo: ahora que he estado haciendo el esfuerzo por hacerle promoción al nuevo Cosmos me he dado cuenta de que hay más gente que está interesada en estos temas de lo que uno se imagina.
El lunes grabaremos el nuevo episodio de trece punto siete y esperamos poder publicarlo el martes para coincidir con el 5to episodio de Cosmos.
¡Saludos!