6. Fantasías animistas
El proyecto nomotético del caballero Marvin Osorio, honorable diputado al Congreso de la República, plantea que, en las aulas, la Biblia se deba leer «en forma objetiva, con una interpretación literal-gramatical, de acuerdo con su texto y según el sentido y significado usual de las palabras, sin interpretaciones de tipo denominacional ni confesional» (página 11, resaltado mío).
Genial idea. Si se sigue eso de «literal-gramatical», punto por punto, sintagma por sintagma, ¿no habría colisión entre las clases de ciencias y las de estudio bíblico, puesto que en estas últimas —por ejemplo— no se contaría en trece punto ochenta y dos mil millones de años la edad de este universo, sino en alrededor de seis mil, y contra toda evidencia? Y eso sin mencionar que, según las Escrituras, todo fue creado en apenas una centena y media de horas (ciento cuarenta y cuatro, si buscamos precisión).
Conque nunca ha habido evolución, no existió el Precámbrico, jamás hubo períodos geológicos… Lo que se tuvo con plena certeza fue el Edén y, de súbito, ¡puf!, dos seres humanos parlantes y crecidos. Y todos los sucesos, todos los relatos, todos los versículos, todos los ritos, todas las leyes del Antiguo Testamento, todo, todo es verdadero, válido y aplicable a la realidad global del siglo XXI. Yo me pregunto si Osorio habrá terminado la primaria. Me gustaría conversar con él sobre su fe. No como debate, sino como análisis de autoconsciencia.
¿Qué explicación ofrecerían los comedores cantoneses si empezara a llegar la clientela, de pronto, para decirles que su arroz frito es una abominación y es antibíblico porque lleva camarones y carne porcina, prohibidos explícitamente en el libro de Levítico (el cual divierte en la medida en que casi todo resulta ser pecaminoso a ojos del dios de Moisés)?
Puedo entender que a las imaginaciones infantil y juvenil se las desee estimular mediante la lectura de un mamotreto donde se ven animales de oratoria convincente, osamentas reconstituyentes, hombres que viven nueve siglos, una señora convertida en condimento, una torre generadora de todas las familias lingüísticas del planeta, un jardín encantado, muertos ambulantes, un trasatlántico zoológico, una parálisis rotativa de la Tierra sin repercusiones gravitacionales, una costilla con vulva, unicornios que en realidad pueden ser rinocerontes, un lago sobre el cual es posible caminar sin hundimiento del caminante, dos ancianas y una virgen capaces de parir, vehículos y cuadrúpedos voladores, generación espontánea de pescados y de pan, metamorfosis de materia, espadas de fuego y lenguas del mismo elemento, un mar que por ensalmo se parte en dos, una ramera borracha de sangre, una ballena que devuelve a un hombre sin haberlo digerido en tres días, una supervivencia étnica de casi media centuria sin agua en el desierto, una bestia de siete cabezas y diez cuernos, culebras que antes fueron bastones, personas que sin tecnología se mueven por el aire, visiones psicodélicas, omnipotencias ciclotímicas y otros apuntes emocionantes. Lo puedo entender, y perfectamente.
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Pero lo que no puedo entender es que un señor congresista quiera hacer pasar todo eso por asignatura seria e imponerla como realidad verificable, porque aquellos relatos dejan a Peter Pan, a Harry Potter, a las crónicas de Narnia y a la soledad de los cien años en la tercera división de la magia o en la cuarta del realismo mágico latinoamericano. Parece que el papel cebolla es muy resistente.
Por las páginas del libro en cuestión también se desplaza con suavidad un obsceno desfile de las rosas: incesto, pederastia, poligamia, ultrajes genitales… Además de otras tantas salvajadas: maltrato infantil, violencia de género, fratricidios, filicidios, infanticidios, piromanía, decapitaciones, guerras no provocadas, sacrificios humanos… ah, y genocidios. Es decir, todo aquello que la civilización occidental considera barbárico, abyecto, protervo, aborrecible, repelente y criminal.
¿Y esto se pretende implantar como obligatorio para ser entendido en forma textual por niños y adolescentes, a efecto de que extraigan de aquí su espiritualidad y su moral? Solo a mentes obtusas o con daño cerebral permanente se les puede ocurrir tan gloriosa imbecilidad.
Pero el congresista Osorio sostiene que la lectura, la instrucción y la enseñanza bíblicas se traducirán en «el amor fraternal, la tolerancia, la convivencia pacífica y el respeto a los seres humanos y al orden normativo nacional» (página 10). En cualquier diccionario del idioma español viene el vocablo ‘ironía’ contenido en la sección de la letra ‘i’. En cualquier diccionario de psicología viene el concepto ‘disonancia cognitiva’ contenido en la sección de la letra ‘d’. En cualquier librería hay diccionarios a la venta. Dinero no le falta, honorable señor Osorio.
7. Iracundia
Todo tiene una génesis (voz de género gramatical femenino), y el Génesis bíblico revela que la absoluta totalidad de cuanto existe y existió —digamos, del quark al pterodáctilo y del neutrino al tigre dientes de sable— fue diseñado y materializado literalmente en seis días. El Gran Arquitecto, como este asunto de la creación lo había dejado muy exhausto, tuvo que reservar para el reposo la jornada siguiente.
Para entonces, Él ya había soplado un puñado de polvo a fin de que le saliera su juguete favorito: el primer hombre —quien, por cierto, no tuvo mamá—. Simple curiosidad: ¿qué quiere decir esa quisicosa de que el ser humano (varón y mujer) fue creado «a imagen y semejanza de Dios»? ¿Es Dios hermafrodita?
¿Tiene Dios un clítoris, un glande, dos labios vaginales, dos testículos, dos ovarios, una matriz, un escroto, más dos pechos voluminosos y velludos y susceptibles de lactar? De ser así, las cinco testas y la media veintena de brazos de Shiva pasarían por ordinarias en comparación con la fisonomía del Padre —y quede aquí constancia de que lo digo sin la más remota intención de ofender a las personas trans e intersexuales, quienes me merecen un superlativísimo respeto—.
Ahora bien, si lo que se desea con los sustantivos ‘imagen’ y ‘semejanza’ es dar a entender que el ser humano fue creado con libre albedrío, como lo tiene su hipotético hacedor, y que el libre albedrío es la capacidad de actuar habiendo elegido entre el bien y el mal, necesariamente se sigue que tal creador es el primer dueño de la capacidad de actuar con maldad.
Y lo demostró con pericia a lo largo de todo el Antiguo Testamento. Digamos que los hebreos no salieron nunca de su deuda externa con el Señor, y el Señor hasta les echaba maná.
En descargo de los deudores, habrá que recordar que amortizaban el compromiso según iban pudiendo; inter alia, con diversidad de esclavitudes, inmolaciones de rumiantes, opresiones forasteras y lamentos canoros. Si no, interróguese a Jeremías, quien vivía lamentándose hasta de sus facultades mediúmnicas.
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El Altísimo también les mandó diez criterios de etiqueta grabados en tablas de piedra, pero los cuatro primeros se los dedicaba a sí mismo. Su apellido, de haberlo tenido, podría muy bien haber sido Narciso. Yahvé Narciso… suena precioso. A modisto de alta costura.
Esto dicho, el autor de las constelaciones sentía una gran fogosidad por el acaparamiento: en la oligarquía de las deidades, Él codiciaba de manera compulsiva el monopolio de la adoración.
Dado que la lealtad de su circo de pulgas humanas no acabó de convencerlo jamás, las fustigaba con inundaciones máximas y plagas mortíferas y tempestades de brasas sádicas y otros tipos de exterminio. Pobres pulgas: la tersura del maná fue muy efímera, y tan solo para las elegidas.
La titánica cólera (suscitada por una simple ingestión de fructosa) se mitigó por fin un poco cuando un recadero le comunicó a la doncella María que el Ser Supremo le mandaba saludos y que la iba a embarazar. A la doncella no le quedó más recurso que responder que el Ser Supremo hiciese con ella cuanto su divina majestad quisiera: aquello era una anunciación, según el misterio gozoso, y no una solicitud de permiso.
Pero la furia contraataca, algunos libros después, cuando llega el momento de separar de las ovejas a las cabras. El Todopoderoso manda a estas últimas a darse baños de vapor en un descomunal abismo de azufre, para toda la eternidad, y con la banda sonora de alaridos infinitos y un crujir perpetuo de dientes. Es solo que las cabras son en realidad seres humanos de carne y hueso, hijos amados de aquel Señor de la misericordia.
Vuelven la hambruna y la peste, nación se levanta contra nación… y se desata un último combate entre mensajeros (esto es, ángeles) y acusadores (diablos, esto es) para lograr el triunfo de un ungido que, en vista de su incapacidad de prevenir la beligerancia para zanjar una rivalidad muy antigua, al cabo no nos resulta todopoderoso. ¿O sí?
8. Valores familiares
Con objeto de fortalecer el matrimonio y la familia entendidos «correctamente» en pro del bien de la sociedad, y de conformidad con Osorio, es deber del Estado el fomento de relaciones morales y comportamientos éticos mediante la instrucción religiosa obligatoria —desde el pizarrón y sin chistar—.
Estupendo. Recurramos a la Biblia para fijar el espejo de todos los valores de la estructura familiar adecuada y funcional. Como la familia de Adán y Eva, en cuyo seno se desarrolló un hijo que mató a su hermano con una quijada de animal, y luego pobló el mundo por la vía del incesto.
O la familia de Lot, el único hombre íntegro entre todo el paisanaje… muy íntegro, cómo no, y criador de dos hijas que lo durmieron a fuerza de licor para yacer con él y quedar ellas en estado de preñez, o quizá también para aliviar el dolor infligido por la pérdida de mamá en un lamentable y surrealista incidente de sal.
O la familia de Abraham y Sara, quienes eran cónyuges además de ser hermanos —el padre de ambos era Taré—. Y ambos consideraron espléndida la idea de que el primero, anciano igual que su hermana-esposa, generase descendencia a través de la vagina de una esclava, antes de que el mismo sujeto tuviese la intención de apuñalar la aorta o el pecho de su segundo vástago para probar la fe en un dios que los amaba mucho.
O la familia del patriarca Jacob/Israel, uno de cuyos hijos, Rubén, terminó acostándose con una de las dos convivientes de papá, quien estaba casado al mismo tiempo con dos primas (y hermanas entre sí). Fisguemos más: la aludida amante de Rubén, llamada Bilhá, era también la sierva de Raquel, tía-madrastra del muchacho. ¿Sorprende esta emocionante saga telenovelesca en un núcleo familiar compuesto por un hombre, sus dos consortes, dos amancebadas y trece hijos en total? La verdad, no.
O la familia del rey David, ese cantante de mañanitas y de salmos que podía ordenar el homicidio de cualquier soldado suyo para quedarse con la viuda y, antes o después, engendrar varios retoños en matrices diferentes, habiendo previamente declarado entre lágrimas que el amor de un hombre fue para él más delicioso que el amor de las mujeres (2 Samuel 1, 26, Biblia de Jerusalén).
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O la familia del sabio Salomón, usuario de setecientas esposas y trescientas concubinas —aparte de la reina de Saba—, pues debió haber sido muy edificante para los niños del ilustrado monarca el crecer en un sano ambiente hogareño que tendría mucho de serrallo o de burdel.
O la familia de María y José, cuyo requisito fue que hubiera una púber encinta y unida a un adulto que no fuese el progenitor del bebé, cuando el verdadero padre tenía ya proyectado organizar el asesinato ritual de la criatura, más o menos, treinta y tres años más tarde. Asesinato ritual, acabo de decir. Pero también suicidio asistido de la misma persona, según quiera verse. Suicidio asistido, claro que sí.
O la familia del pescador Simón, apodado Pedro, dejada al completo abandono porque este jefe de casa tuvo el irresponsable encargo de largarse a contarle a la humanidad que él era el primer sucesor de un taumaturgo ejecutado por causa de la misma humanidad.
O la familia de Saulo, apodado Pablo, que… Perdón, este no tuvo familia: prefería más bien la soltería o la viudez al matrimonio, el cual recomendaba únicamente en caso de lujuria (1 Corintios 7, 1-9).
¿Y todo esto es lo idóneo, lo preferible antes que ver, digamos, a dos mujeres unidas en un plan de amor duradero y sancionado y protegido por las leyes, porque lo suyo es mero hedonismo y esas degeneradas no están «abiertas a la vida»?
Da para mucho más el inmemorial ramillete de valores y modelos bíblicos en los cuales se cimientan las familias y los matrimonios «naturales» y «de siempre», henchidos de coherencia con el ideal predicado desde el púlpito o el altar, pero quizá sea mejor educar el diafragma para soltarlo en farsas de cuna más digna.
9. Simetría
El talento del reloj es bifronte como Jano: mira al pretérito como mira al porvenir. En el pasado se adobaba de materia excrementicia a toda discordancia que al poder le resultase amenazante. Fue siempre sacudida, como mosca, de la solapa de las élites, pero con una exasperación no muy lejana a la falla de San Andrés. Ha sido expurgada de lo político tanto como de lo religioso —valga la redundancia, pues lo religioso es desde luego una forma primitiva de política—. Se trata de no repetir ahora la burrada.
El futuro, por su lado, dependerá de cómo se reaccione ante el atrincheramiento de cada postura. Ciertamente, la postura de lo sagrado, entendido como atributo sustancial de lo divino, no moverá ni un aminoácido de su voluntad de dominio porque no tiene vocación de kamikaze. Suprímasele el dogma, y ¿qué queda? Un zar que va en pelota y se lo gritan a la cara.
Por su lado, la postura laica continuará haciendo frente a aquella sempiterna avidez de señorío con que Lo Sagrado, S.A. de C.V., pretende ser la contraloría general de cuentas de la vida de todos (de todos por igual: creyentes y no creyentes).
El compás del laicismo será siempre la consecución y la permanencia de un contexto en que los credos religiosos, sin dejar de ser un componente lozano y angular de quienes guardan sus preceptos, se conserven en lo más íntimo de su ser y no en lo más uterino de la norma común.
Que ni el escudo nacional se cierna sobre asuntos de índole teológica, ni el tabernáculo se inmiscuya en asuntos estatales. En otros términos, si la Iglesia (o la Sinagoga o la Mezquita) mete en Occidente un pie en estatutos civiles, justo será que el Estado meta el otro en ese pantanal que es el derecho canónico, o en el Talmud, o en los ahadiz, o en cómo cantar alabanzas en el culto, y veremos cómo nos queda el suflé.
10. Epílogo
Si han coleccionado ustedes porfías para leer las seis entregas en que llegué a segmentar este revoltijo manierista (y la primera fue esta), mi muy pero muy sincera gratitud. Y mi enhorabuena, pues son ustedes propietarios de una perseverancia a veces escasa entre quienes ad honórem colaboramos —sea por logística, por técnica o por escrito— con este sitio/instrumento. No es que carezcamos de perseverancia porque nos agobie colaborar, sino porque el cronómetro de nuestras ocupaciones nos azota.
Hurtamos sonidos al tictac en detrimento de cualesquiera actividades a las que nos dediquemos para ganarnos el caviar de cada día, y con el único afán de compartirles a ustedes estudios, observaciones, vivencias, trayectos personales hacia la emancipación respecto de la fe delirante y, en suma, cuanto sabemos o sepamos acerca de cómo oponernos, con la razón fáctica y el pensamiento crítico, a la gran mundología supersticiosa.
Pueden o no cautivar las usanzas prosísticas de cada cual (y venturosamente las hay para toda papila; bastante empalagoso sería salir siempre bajo palio y con un séquito de coperos). Sin eso obstar, desde este lado de la pantalla, palpo la certeza de que tendrán ustedes la holgada suficiencia de captar el mensaje sin conflictos, y que la superficie no será un distractor.
Tanto por añadir, tanto… pero aquí aniquilo esta serie, un deber pendiente para con la amabilidad de ustedes. De momento, queden con Dios. Con semidiós. O con ninfa. Con el feérico ente de su escogencia, que por algo superan ellos los trescientos treinta y ocho millones en el censo mitológico. Y, como exclamó Goethe antes de morir, «¡luz, más luz!».
renè villatoro
Ramón, poco o nada más que agregar. La serie completa no tiene desperdicio. Quizás para mi gusto, por estos tiempos que corren en nuestra tierra, vos, al igual que muchos otros, se fueron con la finta. Esa propuesta no está más que diseñada para atraer la atención en épocas electoreras y que se hable de su “proponente”, siguiendo aquella lógica mercadológica que dicta que lo importante es que hablen de vos, no importa si es bueno o malo, pero que hablen.
En fin, gracias por el tiempo dedicado a analizar, estudiar y plasmar en el mundo virtual, las fallas, sin sentidos y oportunismos de éstas propuestas que atentan contra el laicismo (muchas veces furibundo) del estado que nos mal gobierna desde 1871. Saludos.
Ramón U.-N.
Muchas gracias, René, por leer y comentar. Y me parece que estás en lo cierto: la probabilidad de que el engendro legal de Osorio se apruebe como ley nos es tan remota como las estepas de Siberia (o quizá no tanto). Aun así, la ocasión ameritaba, en mi modesta opinión, poner sobre la mesa el porqué de la conveniencia de evitar que esa mezcla pastosa entre cuentos de hadas e historias de terror se imponga como materia obligatoria en todos los centros educativos nacionales, y encima sea revestida de seriedad y objetividad verificable. Nunca estará de más recordarnos de todos esos dislates tenidos por verdades eternas, y en cuyo nombre la humanidad se ha envilecido durante siglos. Vuelvo a citar a Voltaire: “Aquellos que pueden hacer a la gente creer en absurdos podrán hacerla cometer atrocidades”. Un saludo.
renè villatoro
Bueno, me quedo con la última cita que nos regalaste, atribuida a Voltaire (un mi maestro de lógica nos decía que se le han atribuido a Voltaire más citas falsas que a ningún otro francés) ; “Aquellos que pueden hacer a la gente creer en absurdos podrán hacerla cometer atrocidades”. Y es que siento y miro, con desconsuelo, que volvimos a perder la oportunidad de darle vueltaegato al sistema. Las elecciones van, los diputados se van a reelegir, los jueces siguen enunciando disparates dizque legales, columnistas de todo pelambre sentencian que lo único que importa es mantener a cualquier costo “la institucionalidad”, el ciudadano de a pie, aplaude que un par de milicos vapuleen con sadismo a dos adolescentes (que bien pudieran ser culpables de algo, pero ¿y no que lo importante es el debido proceso y que todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario?), el general genocida ahora finge demencia (se hace el loco) y no lo quieren ingresar al Federico Mora, en fin, tantas cosas que seguramente ese bodrio de Osorio poco o nada aporta al debate nacional. Saludos
Ramón U.-N.
Y tu profesor llevaba razón… Debí haber escrito “una frase en el espíritu volteriano” o una cita “atribuida a Voltaire” (y eso que normalmente me preocupo por el rigor, así que mis disculpas).
Por lo demás –y pocas cosas me son tan desagradables como la autorreferencialidad–, ya en “Concierto en (lá)grima para cloaca mayor” y “La Segunda República” decía yo que la oportunidad de darle vuelta a todo el sistema era entonces o nunca (eso fue en abril y mayo).
Ahora, a menos de un mes de los comicios, la profunda transformación es una sombra de lo que antes fue una quimera. En “Podemos. ¿Podremos?” creo haber dicho también que el bovino que ocupa actualmente la primera magistratura permanecería en su cargo hasta pasado el Año Nuevo. Con todo el deseo de equivocarme, temo que eso será una profecía. Y la frustración nos embargará por enesísima-sísima vez.
¿Cómo hacer para obligar a vomitar a Leviatán desde dentro, con qué purgante? La “institucionalidad” vale un culo de rata si las instituciones están infestadas de estos destructivos animales.
Por lo demás, solo en una pequeña cosa discrepo de tu apreciación: me parece que no son columnistas de todo pelaje quienes defienden el estado actual de cosas. Si te fijás, son unos pocos; vociferantes e influyentes, pero pocos. Creo no estar errado si afirmo que la mayor parte de la opiniosfera (u opiniósfera) está en contra de celebrar elecciones en estas condiciones. La pregunta de los cuatrocientos millones es cómo hacer para congelar el momento y que un torrente de sangre nueva oxigene el sistema y le insufle nueva vida. Nuevamente, ¡gracias y saludos!