“El dinero es la raÃz de todos los males”, se dice popularmente, aseveración que Ayn Rand —paladÃn del egoÃsmo y el interés personal— pretendió insistentemente desmentir con el extenso discurso de Francisco D’Anconia, personaje de su novela La rebelión de Atlas. El dinero es el último paso en la evolución del intercambio de bienes, es un amplificador de lo que ya se es, es un mecanismo de distribución de recursos, es un simple medio que permite intercambiar valor por valor, dijo. Si el dinero es la raÃz de todo lo malo, entonces también lo es de todo lo bueno, concluyó Rand. Aun cuando no comparto en lo más mÃnimo la retórica de esta afamada —o infame— filósofa, no podrÃa estar más de acuerdo: el dinero no es la raÃz de todos los males. El dinero sólo es un producto derivado de un sistema productivo ideado para intentar resolver —sin éxito— el “problema económico”: los recursos son limitados y los deseos son infinitos.
Pero si no es el dinero, entonces ¿será Satán, Lucifer, Belcebú, el diablo, Satanás, el ángel caÃdo el que siembra el mal en la Tierra? Ésta ni siquiera deberÃa ser una hipótesis, pero dado el estado de misticismo y superstición en el que se encuentra el mundo moderno, es necesario tratar el tema. La humanidad, con sus adelantos cientÃficos y tecnológicos, todavÃa se encuentra en su infancia en lo que a develar el origen del universo se refiere. Aún cuando una vastedad de preguntas han sido contestadas mediante la aplicación del método cientÃfico como herramienta para descubrir la verdad, una infinidad de interrogantes prevalecen, y más en relación al origen de las leyes naturales y funcionamiento del cosmos. Esa ignorancia abre la brecha para que el pensamiento irracional —caracterÃstico de eras oscuras— se adueñe del zeitgeist y se atribuyan explicaciones sobrenaturales a fenómenos que no se comprenden. La raÃz del mal es uno de ellos. Diversas ideologÃas dogmáticas tratan de atemorizar al hombre con demonios y espÃritus que inducen al mal, pero cualquier persona que piense con una pizca de racionalidad entenderá que no hay espacio para dichas insensateces. No hay fuerza sobrenatural que cause la maldad, y punto. Elaborar en esto es para otra entrada.
Ahora, si el mal no es producto del dinero ni de lo sobrenatural, ¿lo será entonces de la “naturaleza humana”? El humano es un ser inherentemente agresivo, competitivo, intrÃnsecamente peligroso profesaba Freud. Los instintos humanos debÃan ser restringidos con normas y convencionalismos sociales, reprimidos para que el hombre no se dañe a sà mismo ni a los demás. TeorÃa similar sostuvo siglos antes Hobbes, indicando que el Leviatán —Estado— debÃa ser la herramienta de control por excelencia que mantuviera el sometimiento al orden para que la civilización perdure con equilibrio social. Sin embargo, estudios recientes en el campo de la neurociencia —ver a Sapolsky, Gilligan, Mate y Wilkinson— sugieren que el ser humano puede ser categóricamente condicionado por su entorno, y que a pesar de poseer consciencia, ésta se ve enormemente influenciada por las circunstancias que le aquejan. Son muy puntuales al indicar que, a pesar de la presencia de predisposición genética, ésta necesita ser activada por el entorno para manifestarse. La famosa “naturaleza humana” es esencialmente inexistente, el ambiente —entorno, condiciones subyacentes— es el que forma la idiosincrasia del individuo y define el comportamiento que exterioriza.
Vaya, pero si el ser humano no es malo por naturaleza, ¿qué lo hace comportarse de forma tan aberrante?
Algunos incautos señalarÃan de forma precipitada que es el hambre de poder, la codicia y el deseo de ser superior a quienes lo rodean lo que causa la “maldad” —lo que sea que ésta signifique—. En dicho supuesto, caerÃamos entonces en un argumento circular, ya que serÃa válido cuestionar qué es lo que hace que el ser humano querer ser todas las anteriores.
Me atrevo a decir, sin el menor tinte de arrogancia, que la verdadera raÃz de todos los males que aquejan y han aquejado a la humanidad es la falsa noción de que en el mundo no hay suficientes recursos para satisfacer las necesidades y deseos de todos. Es en base a esa idea que se han diseñado los sistemas económicos pasados, presentes y seguramente futuros, y también se han manipulado los medios de producción. El famoso materialismo histórico del que hablaba Marx: que la forma en que el ser humano produce los recursos que necesita para su subsistencia repercute crucialmente en todos los demás aspectos de su vida, es notorio. La condición de escasez que ha acompañado al ser humano —y a todas las demás especies— desde su origen es la devastadora raÃz del “mal”, a mi humilde parecer. Esta idea de insuficiencia material es la que llevó al biólogo inglés Herbert Spencer a acuñar la frase survival of the fittest (supervivencia del más apto) después de haber leÃdo El origen de las especies de Charles Darwin, estableciendo básicamente que es el organismo más fuerte, más voraz, más ambicioso, que logra acumular más recursos, el que exitosamente  se procurará las condiciones necesarias para su supervivencia y la de sus descendientes. Mientras tanto, los débiles están condenados a la perdición. Darwinismo social, premisa bajo la cual se basa el sistema capitalista actual. Válgase quien pueda.
Es la condición de eterna angustia, de incertidumbre, de privación, de desigualdad la que causa que el ser humano sea codicioso, hambriento de poder y competitivo. Son las actitudes anteriores las que conducen al ser humano a hacerse de lo que necesita para sobrevivir en un mundo donde la satisfacción de los deseos está sujeta a la supuesta —porque ya no es el caso— escasez de recursos vitales. La guerra, la violencia y la pobreza son producto de la necesidad de hacerse de recursos existentes únicamente para ciertos grupos privilegiados. Pero la guerra es obsoleta decÃa Buckminster Fuller. Los seres humanos contamos con la capacidad técnica para proveer acceso a las necesidades básicas a todo el mundo. Lo anterior es ilustrado con detalle en el documental Paradise or Oblivion (ParaÃso o perdición) de Jacque Fresco, creador del Proyecto Venus. Los recursos de la Tierra deben administrarse técnicamente para procurar acceso abundante para todos.
Si se quieren buenas personas, hay que procurar que se desarrollen en buenas condiciones. No es casualidad que los paÃses en los que los recursos son más escasos y están desigualmente distribuidos, los Ãndices de violencia y crimen sean mucho más altos. La delincuencia sólo responde a esa obvia realidad de tener que hacer lo que sea necesario para hacerse de los medios para sobrevivir en un ambiente de privación, hostilidad y escasez. La problemática es tan fácilmente solucionable, como darle a la gente lo que necesita, como dice Peter Joseph en Zeitgeist: Addendum y Zeitgeist: Moving forward. Aunque lo anterior suena sumamente utópico e inviable, es técnicamente posible si se dejara de utilizar el sistema monetario/de mercados como mecanismo de distribución de recursos. Esto harÃa revolcarse en su tumba a Von Mises —paladÃn del orden espontáneo y el mercado como panacea. El problema con el sistema de mercados es que es un mecanismo que tiene como objetivo administrar la escasez, no le interesa crear abundancia ya que ésta es contraproducente para su funcionamiento. En un mundo de recursos enteramente abundantes, los mercados y el dinero simplemente serÃan obsoletos.
“El mundo provee lo suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no la codicia de uno solo” dijo Gandhi. Es de vital importancia entender que las condiciones subyacentes son las que determinan el comportamiento de las personas, inclusive el aberrante. El libre albedrÃo es limitado al entorno, y si el entorno es hostil, es muy probable que el individuo se torne hostil para enfrentarlo. Si creamos una sociedad con acceso suficiente —o abundante— a recursos vitales y acabamos con la falsa noción de que no hay suficiente para todos, habremos acabado con la raÃz de todos los males.
Moisés Berducido
No todo es tan sencillo. Desde los albores de la humanidad, hay quienes tienen todo, y otros que no tienen nada.¿Por qué? Hay teorÃas, rumores y suposiciones, pero la raÃz del mal, en parte, es la conquista (o intento de conquista) de los espacios de poder e influencia, asà como aprovechamiento de recursos. Podemos no estar de acuerdo con como los estadounidenses, rusos, chinos, unión europea y ciertos caciques más o menos respaldados actuén como tal en el mundo, pero nadie, salvo un chalado, quiere que el Estado Islámico, Sendero Luminoso, Al-Qaeda, el Emrato del Cáucaso o los peligrosos anti-federalistas gringos dominen el mundo, porque son intolerantes y extremos. El ser humano, además, es por naturaliza agresivo, conquistador y sumamente codicioso, aunque en estos tiempos ha sido resaltado ese egoÃsmo con las obras de Rand (escritora de cuarta de ciencia ficción, no filósofa).
Mario Rodas
No sé… Somos la única especie que mata a su misma especie por placer, ya me corregirán los biólogos que lean está entrada. Sin embargo, es para la reflexión. Quizá la agresividad y el poder sobre el otro sea algo que nos hizo evolucionar en algún momento como especie, y eso nos hizo asÃ, con tendencias malignas.